40 miradas sobre el libro y su futuro – Antonio María Ávila

Debido a su interés, incluimos el segundo texto de ‘40 miradas sobre el libro y su futuro‘.

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Mi vida y los libros

Antonio María Ávila

Cuando oigo decir que un hombre tiene el hábito de la lectura,

estoy predispuesto a pensar bien de él.

Nicolás Avellaneda

 

Si echo la vista atrás no me recuerdo sin libros. El que como nieto mayor acompañara a mi abuela paterna al cortijo familiar, «la Viciosa», en aquella España rural de inicio de los sesenta, con días interminables sin luz, sin televisión, sin radio y sin otros niños, solo la lectura era una distracción.

Un poco más tarde, con el nacimiento de mi hermana Mamen, en cuyo bautizo intervine como representante de mi tío, también llamado Antonio Ávila, fallecido unos meses más tarde en un accidente de aviación, hizo que me convirtiera en el único padrino y exacerbó mi responsabilidad funcionando, cuando fallaban las niñeras, de niñero de mi hermana, algo que no me importaba porque mi padre me compraba libros, aquellos libros juveniles ilustrados de Bruguera, y me quedaba leyendo en casa las obras de Verne y Salgari que me permitían viajar, conocer y empezar a entender lo que me rodeaba.

Esta circunstancia, más un padre lector, me convirtió desde pequeño e un apasionado de los libros, que constituye un rasgo idiosincrático de mi personalidad; no me concibo sin libros, ese hábito se convirtió en una auténtica pasión, que, aunque compartida con otras, vino a ser absorbente y preocupante para mis familiares.

La pasión era tan plena que incluso desembocó en una fuerte depresión a los 16 y 17 años, mezcla de agotamiento intelectual, exceso de responsabilidad y madurez adelantada; la única solución que encontraron psiquiatras y padres fue la prohibición de la lectura que obviamente eludí limitándome a leer solo novelas de humor.

Por tanto, los libros como instrumento básico de conocimiento, se convirtió en el único vicio —más la política— de un adolescente que ni bebía, ni fumaba, que se aburría en las fiestas, aunque sí me gustaba organizarlas, para un vez empezadas desaparecer con mis libros. Junto a los libros propios, siempre dispuse de la biblioteca de mi tío Justo, Catedrático de Literatura en el Instituto de Constantina, de la de la profesora de historia Dña. Angelines, la Historia ya era mi fuerte, e incluso la del Instituto donde me las arreglaba para que me castigaran a irme a la biblioteca para poder leer y no aburrirme en clase.

Más tarde, mi tío Manolo, mi mentor, incluso me asignó un pequeño estipendio para que yo seleccionara, comprara y leyera libros, siempre de la librería Montparnasse en Sevilla con la obligación de hacerle una ficha. Después usaría la biblioteca de D. Manuel Romero, profesor adjunto de Derecho Político de la Facultad de Sevilla, que, aunque nunca me dio personalmente clase, siempre consideré mi maestro por nuestras reuniones todos los sábados en su torre de la calle Cardenal Lluch. Me orientó en mis lecturas políticas y en el pensamiento constitucional. Todo ese conjunto de lecturas permitió que pudiera simultanear dos carreras universitarias, la de Derecho en Sevilla y la de Ciencias Políticas y Sociología en Madrid y que consiguiera superarlas, una de ellas con Premio extraordinario. Luego vinieron las oposiciones y los doctorados y también el afán de adquirir en propiedad todos aquellos libro que mis profesores me habían ido prestando y en esas estamos.

Escribo a requerimiento de José María Gutiérrez, un viejo editor, al que conocí como Tesorero de la Federación de Gremios de Editores de España en un lejano 1997, cuando abandonaba la que había sido mi vocación, la de Funcionario Público, donde me especialicé en el apasionante mundo de las relaciones económicas internacionales, sobre lo que versa la mayor parte de mis libros y artículos de revistas, y donde coincidí con otro gran lector, Miguel Ángel Díaz Mier, cuya biblioteca más rica que la mía, también saqueé.

José María me pide que, junto a explicar cuál y cómo surge mi relación con los libros, explique cómo veo su futuro.

El que lleve 22 años de Director de la FGEE debe parecerle a José María un buen observatorio para ejercer de pitoniso o, como ahora, le llaman «gurú», esos señores que siempre se equivocan en las predicciones pero cobran un millón de dólares por ello, se llamen Negroponte o cualquier otro apellido. En fin, nunca lo he sido, pero lo vamos a intentar.

Pienso que el libro tal como lo conocemos es un instrumento técnico, tan perfecto, que es muy difícilmente superable. Si aparecen nuevos formatos, como el libro electrónico, ello solo sirve para fortalecer el instrumento clásico, el libro y la lectura individual e íntima sin control alguno.

La lectura, como me gusta repetir a menudo, una técnica de cifrar y descifrar mensajes, es la lleve de plata de la sociedad del conocimiento; más internet supone más lectura y, por tanto, ese hecho junto a la alfabetización creciente y la necesidad constante de formación, hace que sea optimista sobre el futuro del libro. Solo le queda crecer.

 

40 miradas sobre el libro y su futuro
Edición de José Manuel Delgado y Manuel Suárez
Ediciones de la Torre

 

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