La serpiente de pan

Vivas las serpientes están, y con hambre mi estómago solo quiere pan.
El chico de nuestra historia se llama Camilo, es una historia como habrá muchas. A nuestro paso quizás nos encontremos con muchos niños parecidos a Camilo, pero lo misterioso de esta historia es el bello regalo que alguien les dio a su madre y a él.
Camilo habitaba en una casita de palos, caminaba todos los días cerca de las tienditas, las piedras eran pateadas por sus zapatos. Él era un niño de carita pálida y delgada, en su rostro se reflejaba ternura pero también los estragos del hambre, siempre veía jugar a los demás, le gustaba observar como dormían los perros y cómo se les inflaba la panza. Camilo seguía los olores del aire, a veces correteaba a las gallinas y en otras quería atrapar a un gato. Por las tardes le ayudaba a su madre a juntar el bejuco para trabajar. Esa era su vida cotidiana. Camilo siempre quería comer, pero su madre no podía darle alimento, con trabajo le daba algún té y algunas migas de pan. A veces cuando bien les iba, con la paga le daba frijol o pedacitos de tortilla. Debido al tiempo que su madre invertía en tejer los canastos, no siempre podía hacer las tortillas, pero Camilo se conformaba con comerse las masitas de maíz. Su andar era marcado por las circunstancias y día a día el hambre le hacia la vida muy triste. Era insoportable el dolor de panza, era imposible perseguir los sueños con tanto ruido de tripa. Al amanecer, acompañado de bostezos quería saciar su ayuno, y si no fuese por la lejanía, se habría devorado al gallo que entonaba su canto matinal.
Una mañana, Camilo salió a la calle y su madre se quedó tejiendo canastos para vender. En realidad no salió a algo porque no tenía nada qué hacer, como todo niño le atraía más salir que permanecer en casa, sin embargo Camilo ya tenía su plan. Tenía en mente ir a la escuela, pero ¡ah! ¡No señores! no iría a la escuela a estudiar, iba en busca de la comida que quedaba en los botes. Atravesó el camino, el largo camino que había entre su casa y la escuela, una vereda desolada, estrecha y que separaba el pueblo de la zona olvidada. Una vez que hizo el recorrido su hambre aumentó por la caminata, el sudor cubrió su cara y las mejillas se partieron por la combinación de sol y polvo excesivo. En su interior, Camilo escuchó una voz débil y lejana: “Camiiiilo, Camiiiilo, ¿no te da miedo enfermarte con la comida descompuesta?” Su conciencia le preguntaba, le susurraba al oído y le pedía a gritos que no comiera comida de los botes, pero al final de cuentas la voz interna de sus pensamientos tampoco se escuchaba por el ruido de sus tripas.

Camilo se acercó, observó a los chavales jugar con un balón en el recreo, vio por la reja y… ¡sorpresa! Un bote repleto de basura, ¡el descubrimiento más fantástico del día! Se preguntaba qué habría dentro de él, pero se conformaba con encontrar un pedazo de torta mordida o el resto de una manzana. Se escondió tras la reja, y esperó… y esperó…

¿Qué esperaba Camilo? pues nada más y nada menos que a su cómplice, al de todos los días, a la persona indicada, a la que le acercaba algo de pan sin quererlo, a su ángel de la guarda y ayudante de los “panzas vacías”. El conserje de la escuela se había transformado en un héroe para Camilo, era el encargado de limpiar con fervor los patios y limpiar a pulmón las letrinas. Su querido Pancho, era sin duda la persona que Camilo más quería después de su mamá.

Pancho abrió la puerta para que salieran todos los niños de la escuela y al no quedar ninguno se puso a limpiar el gran patio escolar. No faltaba nada, todo iba como Camilo lo planeó, pero en ese gran acontecimiento sólo faltaba un detalle: Pancho tenía que arrimar los grandes botes a donde todos los días, un lugar cerca de la reja para sacar los desechos, y arrimarlos a la puerta de entrada, era cuestión de tiempo, era cuestión de paciencia. Su panza chillaba, su madre esperaba, su boca salivaba, su cabeza imaginaba, sus manitas sudaban, ¡todo sucedía! e incluso su conciencia no callaba, pero algo pasó, Pancho no era el mismo, no ese día, ¿Por qué no arrimaba los botes? ¿Se lo prohibirían? ¿Qué pasaba? Camilo invadido por la duda y el dolor de estómago, estuvo a punto de acercarse y gritar a Pancho, sin embargo se detuvo. Muy cerca de la reja y muy lejos del cielo que empezaba a pintar la tarde, se desplomó el sueño de comer. Realmente espero mucho, y en su prolongada espera los segundos se le hicieron horas. Su querido Pancho había tardado demasiado. Camilo emprendió el retorno dejando atrás la escuela del pueblo.

Con la suerte en su contra, la panza llena de vacío y con sus esperanzas acabadas se regresó a su casa, punteó algunas piedras con el zapato, correteó a una gallina, observó a un perro dormir y quiso encontrar a un gato para corretearlo, pero se le acabó el camino; vio a su madre tejiendo canastos, le dio un beso en la frente y se dirigió a un trozo de madera en donde comía; buscó algo que llevarse a la boca y como no encontró nada prefirió irse a dormir. Una vez en su cartón, se enrolló en una cobija raída, Pero por más que daba vueltas una voz le decía: “¿Qué pasó con Pancho? ¿Por qué no sacó los botes? ¿Iría a ser igual siempre? pensó y pensó hasta que se quedó dormido.

En sus sueños, Camilo vivía con muchos perros gordos y grandes que dormían profundamente y se les inflaba la panza al respirar, se vio con ellos dentro de una canasta de bejuco gigante, él estaba sentado en una piedra en compañía de los perros tejiendo canastos pequeños de bejuco. Ahí dentro del sueño no había una gallina que corretear ni un gato que molestar, sólo los perros inflados y dormilones. Fue ahí donde Camilo sintió como hacían mucho ruido sus tripas y se movían mucho, tanto como si fueran lombrices. Sentía como poco a poco iban creciendo y devorando su interior, hasta que de entre el tejido del bejuco salió una serpiente tan grande como una jirafa, un réptil sin igual, no era feo pero tampoco agradable, era imponente por su tamaño, se retorcía y se enrollaba en el canasto.

Camilo aterrado, olvidó el ruido de su estómago y miró cómo la serpiente se contraía, al asecho, lista para devorarlo, cuando Camilo descubrió que sus ojos eran dos grandes almendras y que en su cuerpo había plumas de gallina, plumas diversas y grandes, de colores y de tonalidades preciosas, de su cabeza brotaba una especie de cuerno y una cresta. ¡No era posible! ¡No era una serpiente normal, no como las conocía! Confundido entre el miedo y el asombro, la escuchó hacer un ruido estremecedor, más grande que el de su estómago, más grande que el de todas sus lombrices juntas, un ruido fuerte como el del chillido de los gatos cuando están enfurecidos, pero le pareció como el de mil gatos, cuando de repente la serpiente abrió la boca mostrando sus enormes colmillos y su lengua de color azul intenso, y Camilo se sintió morir al creer que sería devorado, pero no…

De la serpiente fueron escupidos cientos de panes, muchos, miles, hasta quedar cubierto el canasto gigante y Camilo también. Con movimientos ondulantes y forzados, la serpiente seguía arrojando pan y más pan de su interior, un pan dorado como el sol, un color que Camilo había borrado de sus recuerdos, de una textura suave pero a la vez crujiente; de la quijada brotaban junto al ruido miles de panes con olor a fécula. Camilo se vio invadido de panes, se quedó incluso sofocado, empezaba a perder la respiración debajo de tanto pan sin embargo y a pesar de ello, sentía un gran regocijo, un gran placer de estar entre tanto pan que perdió el miedo a la serpiente. Cuando Camilo intentó llevarse un pan a la boca algo lo sobresaltó para volver en sí, escuchó un fuerte grito, era la voz de Pancho, y Camilo despertó del sueño.

Sudoroso, lleno de miedo y con dolor de estómago, saltó de su cartón. Sobresaltado y somnoliento corrió a ver a su mamá, percatándose de que estaba dormida tranquilamente. Camilo sintió que la noche trascurría lenta, tan lenta que se le hizo interminable y eterna, solo deseaba que amaneciera. Dio vueltas en el jacal, recordando a aquella enorme serpiente con plumas de gallina, los perros gordos y el chillido de los gatos, se acercó a un pocillo de agua y bebió, se dejó llevar por el impulso de agarrar uno de los trozos de pan duro que habían en un trasto, pero recordó que era la porción del día siguiente y se detuvo. De repente, rompiendo la voz de sus pensamientos, fuera del jacal se escuchó un ruido extraño, un ruido realmente ajeno a sus noches comunes, no era una hora habitual, y tampoco se oían a los perros delatando a alguna persona. Con el pánico a flor de piel corrió a despertar a su madre y sólo suplicó en sus pensamientos que no fuera una serpiente parecida a la de su sueño, no quería ser aplastado ni mucho menos morir en una gran quijada.

Su madre y él salieron alarmados a ver qué sucedía. Aún descalzos y con la tierra entre sus dedos avanzaron en la oscuridad, con el viento de la noche y el olor a madrugada, y se percataron de que cerca del jacal había unos bultos que parecían sombras de personas medianas y chicas. Con incertidumbre se acercaron descubriendo que aquellos bultos no eran otra cosa más que unas bolsas de pan y víveres, bultos gordos y costales con frutos y legumbres diversas; voltearon rápidamente tratando de percibir alguna sombra o indicio de presencia humana, pero no vieron a nadie. A Camilo se le iluminó la mirada, de los ojos de su madre brotaron lágrimas y sin decir palabra fueron cómplices en el silencio de la noche, cogieron las bolsas y las metieron en el jacal sin saber quién había sido el autor de tan agradable presente. Una vez dentro inspeccionaron como niños con nuevo regalo lo que las bolsas traían dentro, desesperados por la emoción sacaron rápidamente todo, lo olieron, lo tocaron y sin más preámbulo mordieron los frutos.

Sacaron todo y del fondo de un costal, Camilo, maravillado ante sus ojos, sacó de entre los víveres algunos panes, grandes y dorados, suaves y crujientes, olorosos y polvosos de harina, panes como los de su sueño. Tomó uno de ellos, lo acercó a su mejilla, lo deslizó suavemente para sentir su textura, lo acercó a su olfato para percibir el trigo y pensó que por fin, por fin esa noche y los días posteriores no sentiría hambre, por fin no se sentiría devorado por su estómago, con el disfrute entre sus labios pensó en lo rico que era saborear las migajas del pan duro que le daba su mamá y que al igual de ricos eran los desechos que tanto comió de los botes de basura de la escuela, pero nada igual a aquella divina sensación de la comida basta y fresca que ahora tenía entre sus manos. Él sabía que no duraría mucho, pero supo que por unos días serían el consuelo a su hambre acumulada y tendría que seguir trabajando con su madre a cambio de frijoles, tortillas o pan. También intuía que lo que encontraron era una valiosa ayuda, un regalo especial, sabía que no venía de las autoridades puesto que el lugar había sido olvidado por ellas y que mientras algunos vestían de manjares sus mesas ellos luchaban por conseguir alimento.

Su madre le dio un beso en la frente para después irse a preparar el bejuco para trabajar. Camilo se quedó sentado sintiendo la tierra entre sus pies, el polvo de los panes y la tranquilidad de su estómago, el ruido de sus tripas había cesado por lo que pudo escuchar claramente el ruido de los grillos. Se quedó observando a través de los palos del jacal cómo llegaba el amanecer. La ayuda que les había llegado disipó por un momento el miedo a morir de hambre.

20 pensamientos en “La serpiente de pan

  1. Fernando G.

    ESTO ME RECUERDA A AQUELLOS PEQUES QUE SUFREN POR SU CONDICIÓN ECONÓMICAS, PORQUE LAS PERSONAS QUE TIENEN TODO, SE OLVIDAN DE DAR ALGO A LOS NECESITADOS MAS SI SON NIÑOS. POR OTRA PARTE ME PARECIÓ UN BELLO RELATO, QUIERO FELICITAR A ESTA PERSONA QUE SIGNIFICA MUCHO EN MI VIDA Y ESPERO QUE NUNCA DEJE ESTE DON QUE TIENE PARA ESCRIBIR EXCELENTES TEXTOS, GRACIAS POR COMPARTIR SUS CREACIONES.

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  2. Waddy

    Súper trabajo
    reflexionando acerca de las vivencias del día a día y que no estamos muy lejos de eso
    Un trabajo para fomentarlo desde los niños chiquitos.

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  3. maria antonieta

    Felicidades para la autora de este relato que es la vida misma que nos invita a reflexionar y ser mas humanitarios cada día ojala y siga escribiendo estas historias

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  4. karla beatriz

    Muchas felicidades para la autora de esta historia que nos hace valorar lo que tenemos y nos invita a apoyar a los que tienen menos y son felices con ello

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  5. Juan González

    Este es un cuento que te atrapa desde que lo empiezas a leer, rico en metáforas y que capta muy bien la perspectiva infantil de ver las cosas, que es quizá lo más difícil de transmitir para quienes como adultos quizá hemos perdido ese pensamiento inocente y limpio, propio de la niñez. Aunque la historia trata de las vivencias de un niño muy pobre y con un estado de hambre crónica, nos lo retrata con gran vivacidad y ánimo para afrontar su realidad, tal vez como lo son miles de niños en el mundo actual, donde desgraciadamente las fronteras para la pobreza y la marginación no existen. El escritor (a) asume ésta realidad y plasma de forma convincente una historia muy bien desarrollada, donde nos lleva a adentramos a explorar el mundo y la zozobra de esos miles de niños que viven sólo el día a día. En suma: una temática interesante, una forma amena de desarrollar la historia y sobre todo un trasfondo de denuncia social, hacen de éste un excelente cuento, que nos invita a reflexionar. Es por lo anterior, a mi parecer, un trabajo digno de ser tomado muy en cuenta para ganar el premio, y que revela un escritor (a) en ciernes con mucho futuro en el ámbito de la literatura infantil. ¡Muchas felicidades al autor (a), y ojalá nos siga regalando más joyas como ésta!
    Gracias a Cuadernos de la Torre por este excelente blog, un abrazo cordial de su amigo desde México 🙂

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  6. Mª Jesús

    Es precioso.¡ tienes una forma de escribir tan nueva !Me encanta como muestras vivencias internas infantiles. No sé la edad que tines pero de verdad . se ve en tí una gran maestría. Si es innata mucho mejor.Sabes meter al lector muy dentro de tus historias. Te veo un gran porvenir literario. ¡Felicidades!

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  7. CAME SANTILLAN CAMARGO

    En verdad esta historia habla de la realidad en que vive parte de nuestro pais, espero que algún dia la pobreza en el que viven miles de habitantes pueda eradicarse ya que como dice la historia cuantas personas estan buscando el pan de cada día y asi es, se encuentran en basureros o limosneando una moneda para alimentar a su numerosa familia.
    Quiero dar una felicitación muy sincera a esta linda persona que escribio estas lineas y que gracias a el hay muchas personas en que una historia, un cuento, una narración una fabula muestran el lado obscuro de nuestra realidad.
    Gracias por este tipo de lecturas y nuestra labor es fomentarlas y llevarlas a nuestras aulas de clase y hacer participes a maestros, alumnos, directivos y padres de familia….excelentes lineas de este cuento…
    FELICITACIONES..

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