Pequeños aperitivos sobre Ch. Abada y su obra

IV. «Diario de una mujer requerida»

Me contaron de una madre que en una de las muchas postguerras de la vieja Europa, después de perder a tres hijos (dos de ellos bebés y uno ya crecido de 7 años), se quedó embarazada y se propuso abortar. Pero al hacerlo por medios caseros, aunque corrieron grave peligro ella y el feto, al final la Vida triunfó y se presentó el parto. La madre apretó los dientes, parió con la ayuda de una vecina y pudo sentir la siempre renovada maravilla de dar a luz a un ser vivo. Y aunque lo lanzaba «desprendido y solo […] a la intemperie», ella, como todas las madres en ese momento sublime, sintió dentro de sí la fuerza de todo el cosmos y le pareció que daba al mundo un ser único, capaz de todas las proezas. Puso al nuevo niño el mismo nombre de su último hijo muerto y se juró que éste no moriría jamás… Realmente, la maternidad tiene algo de sobrehumano porque condensa en sí todo lo humano. Por ello, yo prometo que si la Vida, con la colaboración de mi Amado, me pide que yo genere nueva vida, «dilatando sin clemencia las fibras más sensibles» de mi cuerpo, si me llega el momento del «chorrear de gritos», apretaré los dientes, pensaré en todas las madres que me precedieron y en todas las fuerzas del Cosmos que ellas concentraron en sus cuerpos y me dispondré a parir a un ser único, capaz de todas las proezas y que no morirá jamás…

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