Presentación Los Bardos

Queremos compartir con vosotros la crónica que ha escrito Marina Casado en su página web sobre la presentación del nuevo libro del Grupo Poético Los Bardos.

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La incesante lluvia madrileña no impidió que, el pasado jueves 12 de abril, la Biblioteca de La Casa Encendida se llenara de poetas, de amigos, de personas dispuestas a escuchar —“escuchar”, esa acción tan denostada hoy en día—. Los Bardos hacíamos la primera aparición oficial para presentar nuestra Antología, de la mano de José María Gutiérrezde la Torre: el hombre que ha transformado nuestras ilusiones en libro. Es José María uno de esos editores idealistas de los que apenas ya se encuentran, de los que creen en las utopías y todavía se emocionan ante el verdadero amor por la literatura, por la cultura. Nosotros tuvimos la suerte de cruzárnoslo en el camino y le debemos su apoyo incondicional a nuestra causa desde el principio. Como él dice siempre —y aquí recomiendo su libro 35 notas del editor y otros escritos—, la figura del editor es mucho más importante de lo que habitualmente se cree en un libro, en un proyecto, en la carrera de un autor. José María —así como Lucía, que ha luchado y trabajado desde la editorial para darnos a conocer— son también parte de este libro. Desde mi papel de antóloga, lo único que exigí a mis compañeros bardos fue un respeto hacia mi trabajo y mi persona. Lo obtuve de los once sobradamente, unido a la ilusión y al agradecimiento, un agradecimiento que es mutuo, porque todos somos padres de este libro.

Como traté de mostrar en la presentación, nuestra antología no es una antología poética más, de las que cada día salen al mercado editorial, sino el resultado de la actividad de un grupo de compañeros, de amigos, que se reunió por vez primera en noviembre de 2015 para homenajear los 50 años de la mítica colección de poesía “El Bardo”. Hemos vivido juntos muchas aventuras desde entonces: literarias y de otra índole. Nos ha unido nuestra pasión lectora y el respeto y conocimiento de una tradición poética que no siempre tiene en la actualidad el lugar que merecería. La idea de un grupo de poetas que se reúne, que apuesta por el contacto humano y por el compañerismo en una época donde las relaciones se reducen muchas veces a la frialdad de las redes sociales parece más un concepto del siglo pasado.

Como traté de mostrar en la presentación, nuestra antología no es una antología poética más, de las que cada día salen al mercado editorial, sino el resultado de la actividad de un grupo de compañeros, de amigos, que se reunió por vez primera en noviembre de 2015 para homenajear los 50 años de la mítica colección de poesía “El Bardo”. Hemos vivido juntos muchas aventuras desde entonces: literarias y de otra índole. Nos ha unido nuestra pasión lectora y el respeto y conocimiento de una tradición poética que no siempre tiene en la actualidad el lugar que merecería. La idea de un grupo de poetas que se reúne, que apuesta por el contacto humano y por el compañerismo en una época donde las relaciones se reducen muchas veces a la frialdad de las redes sociales parece más un concepto del siglo pasado.

Desde noviembre de 2015, el grupo inicial ha ido variando: algunos se han marchado, por diversos motivos; otros han llegado para convertirse en pilares imprescindibles. Desde hace más de un año, el grupo parece haberse consolidado en las doce personas que ahora formamos parte de él y que estamos juntos en la Antología. Nuestra variedad poética, humana, es la que aporta brillo al conjunto.

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Cualquier noche, María Agra-Fagúndez es capaz de aparecer para recordarte, con su alegría envolvente, que la vida es lo mejor que puede pasarte y que la poesía nace de esa magia de la cotidianidad elevada a lo lírico. O Debbie Alcaide, luchadora incansable, caminando desde el abismo oscuro de los monstruos personalizados hasta una ilusión infantil de “sonrisa cupular”, reflexionará contigo sobre la esencia de la amistad. De repente surgirá Rebeca Garrido, hablándote del mundo contemporáneo mientras mezcla con toda naturalidad historias de su huerto y disputas entre Góngora y Quevedo. Todo ello tomando un vino en Xelavid, nuestro “cuartel general”, donde Alberto Guerrava y viene, eleva su “guerrismo” a filosofía; convence, divierte, conmueve. Alberto Guirao, flemático y sonriente, deja posos de su genialidad sin hacer mucho ruido. Se vuelve necesaria la dulzura de Conchy Gutiérrez Blesa, su fe en un mundo de princesas y cisnes sepultado a veces por la mediocridad. O el fervor de J. L. Arnáiz, a caballo siempre entre uno y otro proyecto artístico, ilusionándose y ardiendo con todos, proyectando su lealtad. Andrés París no estará tomando un vino, sino más bien un San Francisco. Se ausentará a veces para convertir la realidad en un nuevo verso y mirarla con líricos, soñadores de utopías. Mientras, la risa contagiosa de Francisco Raposo invadirá las notas de la madrugada. Tras ella, se asoma su personalidad apasionada y perfeccionista. Pero si alguien quiere encontrar una frontera sutil entre barroquismo y modernidad, acudirá sin duda a Eric Sanabria, personalidad tragicómica, idealista empedernido bañado de una aguda ironía. Andrea Toribio, prudente y reflexiva, se convierte sin pretenderlo en la voz de la razón, dejando traslucir en sus intervenciones una erudición lejana a la pose.

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Este mosaico de miradas, de mundos, se entrevió el pasado jueves durante la presentación, el recital y el posterior debate sobre la poesía que tuvo lugar con el público, donde se desarrollaron preguntas muy interesantes. El poeta Paco Díez cuestionó sobre la relación entre lírica y narrativa; el filólogo y poeta Sesi García quiso saber cómo manejábamos el ritmo en nuestros versos. Hubo quien prefirió escuchar atentamente. Aquí quiero nombrar a Carmen, mi madre, y Juan, mi hermano, siempre presentes. También a mis dos amigas del alma, Alba y Fátima, que llevan apoyándome —sin ser apasionadas de la poesía— desde mis inicios. A Pedro Unamuno, a Sonia y Eugenio, a Ana Godoy, Pepa, Luis, Francesca. Muy especialmente, a Javier Agra, que leyó un poema de su hija, nuestra María, y a Mariló, que actuó en representación de su hermana Conchy. También a su hermano Juan, a su padre y a Dulce. A Miguel Sáez, el genial ilustrador que ha contribuido a crear la personalidad del libro. A Fernando Alda Campano, autor de la fotografía de contraportada, y a mi querida Catalina, que hizo de fotógrafa, junto a Fernando, durante el acto. Y a tantas y tantas otras personas que nos dedicaron su cariño y su tiempo.

Estoy muy orgullosa de ser barda y de que mis versos permanezcan para la posteridad en este libro, junto a los de mis once compañeros. Porque, como dijo Lorca en unos versos que ya nos representan: “No es el Arte la luz que nos ciega los ojos. / Es primero el amor, la amistad o la esgrima”.

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