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Pequeños aperitivos sobre Ch. Abada y su obra

IV. «Diario de una mujer requerida»

Me contaron de una madre que en una de las muchas postguerras de la vieja Europa, después de perder a tres hijos (dos de ellos bebés y uno ya crecido de 7 años), se quedó embarazada y se propuso abortar. Pero al hacerlo por medios caseros, aunque corrieron grave peligro ella y el feto, al final la Vida triunfó y se presentó el parto. La madre apretó los dientes, parió con la ayuda de una vecina y pudo sentir la siempre renovada maravilla de dar a luz a un ser vivo. Y aunque lo lanzaba «desprendido y solo […] a la intemperie», ella, como todas las madres en ese momento sublime, sintió dentro de sí la fuerza de todo el cosmos y le pareció que daba al mundo un ser único, capaz de todas las proezas. Puso al nuevo niño el mismo nombre de su último hijo muerto y se juró que éste no moriría jamás… Realmente, la maternidad tiene algo de sobrehumano porque condensa en sí todo lo humano. Por ello, yo prometo que si la Vida, con la colaboración de mi Amado, me pide que yo genere nueva vida, «dilatando sin clemencia las fibras más sensibles» de mi cuerpo, si me llega el momento del «chorrear de gritos», apretaré los dientes, pensaré en todas las madres que me precedieron y en todas las fuerzas del Cosmos que ellas concentraron en sus cuerpos y me dispondré a parir a un ser único, capaz de todas las proezas y que no morirá jamás…

Pequeños aperitivos sobre Ch. Abada y su obra

III. «Un hombre busca a una mujer» 

Al atardecer, los mozos volvían del campo y en­tregaban a sus amadas hermosos ramos de flores silvestres. Ellas, halagadas, entonaban bellas can­ciones y la noche se preñaba de caricias… Sólo una de las amadas no se mostraba suficientemen­te satisfecha: agradecía las flores pero sus cantos eran tibios…Su galán se vio forzado a buscar las causas de esa falta de entusiasmo y, creyendo ha­berlas encontrado, recogió para ella no sólo flores sino también frutos y semillas. Ella valoró ese nuevo presente, pero él observó que tampoco la satisfacía plenamente. Decidido a hacerla feliz, preguntó:

—¿Qué necesitas de mí, qué debo traerte?

—Necesito acompañarte, participar en las  tareas de selección y recogida de los dones de la Naturaleza.

A la mañana siguiente, ambos partieron al campo y por la tarde se les vio llegar cansados pero alegres. La amada exigente entonó las más bellas canciones que se habían escuchado en aquel lugar y bajo el manto de la noche resonaron los ecos de los más intensos abrazos.

(29 de agosto de 2004)

Pequeños aperitivos sobre Ch. Abada y su obra

I. «El soldado y el emperador»

Emperador: Todos morimos prematuramen­te, soldado, y todos estamos lejos de nuestros seres queridos, fríos y aplastados por la oscuridad… y la soledad… […]
Soldado: […] Pero yo fui arrojado a la guerra cuan­do no era más que un muchacho, cuando aún necesitaba el abrazo de mis padres, cuando buscaba con ar­dor juvenil una moza a la que prome­ter amores y con la que formar una familia… […]