Archivo de la categoría: Nuestro Concurso

Fallo del II Concurso de Cuentos Breves

El jurado compuesto por (en orden alfabético) Marina Casado Hernández, Francisco Caudet Roca, Julieta García-Pomareda Valcárcel, José María G. de la Torre, José López Rueda y Alicia Muñoz Álvarez; ha decidido, por mayoría y en la segunda votación, otorgar el primer premio al cuento titulado El rompeolas de Emilio Sánchez Huelves que, de acuerdo con las bases del concurso, será publicado en la colección Aljófares en breve.

Encierro demencial

Su diminuta habitación, lo había condenado a una vida sin nunca tener nada, con la única razón de que el vacío contrarrestara al pequeño espacio, haciéndole creer que habitaba un inmenso universo propio de cuatro paredes blancas y cien adoquines pulidos y perfectamente encajados entre sí. Sabía que si llenaba su habitación de objetos, cada vez resultaría menos espaciosa y, por consiguiente, mas diminuta. Fue ahí cuando se convenció de no tener nada, confundiéndose a sí mismo, creyendo que vivía en un enorme espacio, en un universo propio.

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Bella vellosa

Parecen hermosas, son hermosas y bonitas, simplemente así. Como en un cuento de esos de princesas, en el que las jovencitas visten de gala y los altos peinados predominan. Todas son lindas y atractivas. Así, a través de los tiempos, dentro y fuera de los libros de historias mágicas, con corona y sin corona. Con canas y signos de expresión o sin ellos, con sedosas cabelleras o manos de trabajo. Son atractivas, son agraciadas con o sin pelo. En este cuento las cosas son de otro modo, porque es realmente extraño encontrar en nuestros cuentos mujeres peludas. Hay hombres lobo, cazadores de todo tipo (velludos) y personajes con grandes barbas como los magos. ¿Y dónde quedaron las damas? por eso y para que no haga falta imaginarlas, las mujeres también forman parte de los personajes velludos.

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La serpiente de pan

Vivas las serpientes están, y con hambre mi estómago solo quiere pan.
El chico de nuestra historia se llama Camilo, es una historia como habrá muchas. A nuestro paso quizás nos encontremos con muchos niños parecidos a Camilo, pero lo misterioso de esta historia es el bello regalo que alguien les dio a su madre y a él.
Camilo habitaba en una casita de palos, caminaba todos los días cerca de las tienditas, las piedras eran pateadas por sus zapatos. Él era un niño de carita pálida y delgada, en su rostro se reflejaba ternura pero también los estragos del hambre, siempre veía jugar a los demás, le gustaba observar como dormían los perros y cómo se les inflaba la panza. Camilo seguía los olores del aire, a veces correteaba a las gallinas y en otras quería atrapar a un gato. Por las tardes le ayudaba a su madre a juntar el bejuco para trabajar. Esa era su vida cotidiana. Camilo siempre quería comer, pero su madre no podía darle alimento, con trabajo le daba algún té y algunas migas de pan. A veces cuando bien les iba, con la paga le daba frijol o pedacitos de tortilla. Debido al tiempo que su madre invertía en tejer los canastos, no siempre podía hacer las tortillas, pero Camilo se conformaba con comerse las masitas de maíz. Su andar era marcado por las circunstancias y día a día el hambre le hacia la vida muy triste. Era insoportable el dolor de panza, era imposible perseguir los sueños con tanto ruido de tripa. Al amanecer, acompañado de bostezos quería saciar su ayuno, y si no fuese por la lejanía, se habría devorado al gallo que entonaba su canto matinal.
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Candela

Cuando yo conocí a Candela llevaba un abrigo de zorro un poco gastado. De las mangas anchas salían dos manos muy blancas, huesudas y largas, que movía con elegancia. Cuando hablaba, a Candela le patinaban algunas letras, especialmente las eses, lo que producía en su voz una no sé qué sensación de desgana y abandono. Candela era maestra. Trabajaba en un colegio del extrarradio al que acudía todos los días conduciendo el utilitario azul que se había comprado de segunda mano, cuando se separó de Anselmo y éste se llevó consigo el coche familiar y su seguridad.
Candela conocía a Anselmo desde que eran niños, habían nacido en el mismo pueblo. Todavía adolescentes, empezaron a tontear y la madre de Candela, viuda, empezó a soñar con esa boda que la emparentaría con una de las familias más ricas.
Anselmo fue para Candela el único amor y ésta así se lo hacía saber, en las encendidas cartas que casi a diario le escribía a Madrid, donde él preparaba oposiciones para acceder al cuerpo de funcionarios.

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Depósito de nombres

El movimiento ascendente era lento, y el ligero traqueteo que acompañaba al ascensor meneaba grácilmente las coletas de la pequeña. Su mano, estaba asida a la de un hombre templado, con gabardina color crudo y un fedora marrón.
—Ya llegamos ¿verdad? —la niña sonreía nerviosa, y al hacerlo, dejaba al descubierto el lugar dónde hacía poco habían estado sus paletas.
—Sí, aquí es.
El hombre abrió la puerta del ascensor con una mano y dejó salir a la pequeña primero. Al acercarse a la recepción sus pasos chirriaban sobre el suelo encerado. Una mujer de pelo cano dejó balancear sobre su cadenita de plata unas gafas puntiagudas para la vista cansada.

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El reflejo del agua

Sentado en el marco de la puerta del balcón, Álvaro miraba las baldosas rojas. Últimamente padecía insomnio y no tenía sentido echarle le culpa a Laura. Cuando rompieron, y de eso hacía ya casi tres años, no le había dolido, sino más bien al revés.
Se habían despedido con un beso en la boca, como de costumbre, quizás algo más brusco de lo habitual, también algo más intenso, un beso que Álvaro había guardado en los labios durante varios días, quizá varias semanas. Luego los labios habían recuperado su forma y ahora, contemplando las baldosas sentado, le resultaba difícil revivirlo. Su madre había quitado las macetas porque decía que le quitaban demasiado tiempo y la barandilla, limpia, parecía encerrar entre rejas a las casas vecinas. Pensaba que el aire fresco de la noche le ayudaría a recrear la atmósfera y así podría evocar -o convocar- la humedad blanda de su boca, el roce de su piel, su mirada evasiva. Creía que si lograba asir aquel instante sería luego capaz de recordar la forma de su cuerpo, sus gemidos, las rodillas saltando como resortes, la tensión de sus piernas. Y así, paso a paso, pensaba que podría recuperar aquella esfera perfecta de amor y deseo.

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Berlín

Farah Hoffmann miró a través de los visillos de la ventana.. Qué duramente amanecía en Berlín en los últimos años. Hacía tantos días que no veía a Florian, y tantas semanas que se llevaron a sus padres por el camino de la Hauptbahnhof hacia un destino desconocido, que su depósito de lágrimas estaba seco…

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«La pared»

He tratado de recordar cómo empezó todo. Creo que era un domingo por la mañana. O tal vez había empezado antes pero nadie lo había notado.

Entré en el salón y lo encontré cálido y confortable. Normalmente la calefacción no funcionaba hasta más tarde, cerca del mediodía. Y en invierno esa habitación, orientada al norte, solía estar fría y poco acogedora, de manera que si había algo que hacer ahí era mejor abrigarse. Sigue leyendo

«La echadora de cartas»

 – ¿Llevas mucho esperando? –era Cari quien había hablado, pero antes de esperar la respuesta ya se había contestado ella misma-.  Veo que no, porque tienes el vaso casi lleno.

Se quitó el abrigo y los guantes y, antes de sentarse, colocó ambas prendas con cuidado sobre una silla vacía. Acomodada,  buscó al camarero que en ese momento ya se dirigía a la mesa.

– Whisky con agua, pero el agua me la sirvo yo –dijo Cari con autoridad y sin mirar al camarero, al tiempo que le hacía un gesto cómplice a su amiga de No vaya a ser que agüéis la copa. Sigue leyendo