Depósito de nombres

El movimiento ascendente era lento, y el ligero traqueteo que acompañaba al ascensor meneaba grácilmente las coletas de la pequeña. Su mano, estaba asida a la de un hombre templado, con gabardina color crudo y un fedora marrón.
—Ya llegamos ¿verdad? —la niña sonreía nerviosa, y al hacerlo, dejaba al descubierto el lugar dónde hacía poco habían estado sus paletas.
—Sí, aquí es.
El hombre abrió la puerta del ascensor con una mano y dejó salir a la pequeña primero. Al acercarse a la recepción sus pasos chirriaban sobre el suelo encerado. Una mujer de pelo cano dejó balancear sobre su cadenita de plata unas gafas puntiagudas para la vista cansada.


—Buenos días, caballero ¿A dónde se dirige?
El hombre se quitó el sombrero.
—Al Depósito, señora.
La mujer cerró la revista que estaba leyendo.
—¿Al Registro? —miró a la niña de soslayo que en esos momentos trataba de sacarse un moco absorta en la inmensidad de la sala de recepción.
—No, al Depósito.
—¿Al Depósito? ¿Y ya tiene usted hora?
—Sí, tengo cita a las 11.00 en punto.
— ¿Y su nombre es…? —inquirió con la superioridad de quién conoce el protocolo.
—Tres Don.
—¡Uy! no se ven muchas cifras por aquí… —farfulló mientras escudriñaba una lista.
—Es que no soy de por aquí—. Subrayó el hombre con retintín.
—Ya veo…al cruzar la puerta siéntese en las sillas, mi compañera le llamará cuando llegue su turno.
El hombre asintió con la cabeza y echó a andar, la niña lo siguió a saltitos cogida todavía de su mano.
—¿Qué hay detrás de la puerta, Tres?
—No lo sé, Zero. Ahora lo veremos.
El gran portón se abrió y tras él una metrópoli de estanterías se presentaba ante los ojos de la pequeña. Todas y cada una de ellas estaban repletas de documentos.
—Siéntate aquí y no alborotes.
Tres aupó a la niña hasta una enorme silla. Los pies de Zero jugueteaban en el aire mientras contemplaba con asombro los amasijos de papeles. Tres se sentó frente a ella y miró a su alrededor extrañado al ver que eran los únicos en esperar su turno. Las estanterías le impedían ver quien había al fondo de la sala, tras el mostrador, así que comenzó a girar abstraído el ala del sombrero. De repente, un pitido proveniente de los altavoces lo despertó de su ensimismamiento.
—¿Don Tres? —retumbó por toda la sala.
—Don Tres acuda al mostrador central, por favor.
El hombre se colocó el sombrero de nuevo y cogió a la niña en brazos. La llevó en volandas hasta el mostrador, y al llegar allí, la dejó de nuevo en el suelo y volvió a quitarse el sombrero. Carraspeó.
—En realidad mi nombre es Tres Don.
La mujer levantó la vista de los papeles y lo miró por encima de las gafas.
—Es extranjero… Ya decía yo… —masculló mirando a su compañera de reojo—. Bueno, dígame ¿Qué le trae por el Depósito de Nombres?
El hombre jugueteaba de nuevo con el sombrero entre sus manos.
—Verá estoy al corriente de que la ley de propiedad de nombres es muy rígida en este país, pero hace poco tiempo descubrí que la niña se encuentra en un vacío legal.
—Ajá…
Nadie diría a ciencia cierta si la mujer estaba escuchando, pasaba papeles uno tras otro y sólo se detenía para lamer metódicamente su dedo corazón y seguir pasando más hojas…
—Resulta que hay otra persona que se llama como ella.
La mujer levantó la vista del mostrador y lo miró fijamente.
—Imposible.
Tres dejó el sombrero sobre el mostrador.
—Sé que resulta difícil de creer, pero…
—¿Berta? —la primera mujer giró la cabeza y miró a su compañera, que estaba sentada en una silla de madera aporreando una máquina de escribir.
—Imposible —añadió Berta sin levantar la vista del teclado.
La primera mujer arqueó las cejas con autosuficiencia. Se quitó las gafas y las dejó sobre el mostrador.
—A no ser… como ya sabrá, que esa persona esté muerta. En cuyo caso deberá abonar una serie de tasas a la familia directa. Si quiere podemos empezar a tramitarlo ahora ¿Cómo dice que se llama la niña? —volvió a colocarse las gafas y se sentó en su silla para poder acceder más fácilmente al cajón archivador.
—Verá, creo que no me está entendiendo…
La niña, cuya altura era un palmo inferior a la del mostrador se balanceaba sobre sus pies de espaldas a la escena, mientras escrutaba absorta el laberinto de estanterías.
—Le digo que hay otra mujer viva que se llama como la niña.
—Y yo le digo que eso no es posible. No se puede anotar dos veces el mismo nombre en el registro. Imposible ¿Algo más?
—Pregúntale, al menos, como se llama la niña, Loyda —la voz de Berta se apoderó de la pausa; había dejado de teclear porque se encontraba colocando un nuevo folio en la máquina de escribir.
—La niña se llama Zero, pero ese no es el caso.
Al oír su nombre la niña giró la cabeza hacía el mostrador. Y comenzó a estirar a Tres del pantalón.
—¿El qué pasa, Tres?
—Ahora no, Zero, estoy hablando— Tres instó a la niña a alejarse empujándole suavemente la cabecita hacía la inmensidad de la sala.
—Mire… Loyda ¿Loyda?
La mujer asintió condescendiente.
—Loyda, sé de primera mano que el nombre de la niña existe porque la otra persona que lo posee es mi madre.
—¡Válgame el cielo! ¿Has oído Berta?
La mujer dejó de teclear y se giró.
—Verlo para creerlo…
La niña aprovechando el cariz que tomaba la conversación comenzó a jugar a la rayuela con las baldosas del suelo.
—¡Cómo va a ponerle el nombre de su madre a la niña estando la mujer viva! ¿Es que ha perdido el juicio? Eso no es un vacío legal, eso es un delito en toda regla.
—¡Es que yo no sabía que estaba viva! —exclamó Tres perdiendo la compostura—. El hombre se arremangó para poder gesticular mejor.
—Creía que mi madre murió dando a luz a mi hermano. Y, por lo que veo, el sistema también, ya que permitió que la pequeña se llamara de la misma manera que ella.
Loyda y Berta se miraron desconcertadas.
—Mmmm…Imposible —concluyó la mujer, se giró y siguió tecleando.
—Mire, Tres Don, yo creo que lo mejor es que coja a su hija, se vaya y solucione el tema en la oficina de su localidad.
Tres empezó a palparse los bolsillos
—Lo primero, no es mi hija y, como es lógico, en la oficina de mi localidad me dijeron que viniera a solucionar el problema a la oficina central. Madre mía… sabía que esto iba a pasar —.El hombre se sacó del bolsillo de la gabardina un documento algo arrugado y lo dejó sobre el mostrador. Acto seguido, se masajeó las sienes intentando aliviar la presión que sentía en el cerebro. Loyda desdobló incrédula el papel.
—¿Que no es su hija? —Esta vez fue la propia Berta quien se levantó de la silla para formar parte activa en el debate.
—¿Me está usted diciendo que ha llevado a esa niña, que no es su hija, al registro?
—Eso es…
Tres entrelazó las manos sobre el mostrador, intentando mantener la calma.
—¿…Y le ha adjudicado el nombre de una persona que además está viva?
—Efectivamente.
La mujer no daba crédito.
—Loyda.
—Sí, Berta.
—Ya me puedo morir. Hoy he visto todo lo que me quedaba por ver.
Loyda dejó de nuevo el papel sobre el mostrador
—¿Pero es que nadie me va a dar una solución? —imploró Tres mientras cogía de nuevo el papel entre sus manos.
Loyda apartó con un empujón a Berta del mostrador.
—Por lo pronto, la niña tendría que pagarle a usted, como familiar directo, las tasas sobre el nombre que todo individuo que lo comparte debe pagar. Eso sí, siempre en caso de que el susodicho haya muerto y sólo un individuo en el mundo haga uso de su nombre.
—Ya, pero resulta que mi madre está viva.
—Pues en ese caso puede que vaya a prisión.
—¿Quién? ¿La niña? ¿Es que han perdido el juicio?
—¿Cómo va a ir la niña a prisión? En todo caso iría usted, como padre.
—Pero es que yo no soy el padre.
La niña, detrás de una estantería, realizaba figuritas de papel informes con los documentos que había encontrado en una papelera cercana.
—Entonces ¿cómo puñetas consiguió registrarla?
—Pues fui una mañana al registro local y la registré.
—Con el nombre de su madre…
—¡Sí! Con el puñetero nombre de mi madre, a la que yo creía difunta desde hace cuarenta años.
—¿Pero ha visto usted a su madre?— añadió Berta haciéndose hueco en el mostrador de nuevo.
—Pues claro que la he visto, sino no estaría aquí.
—Y su nombre figura en el registro…— dijo Berta apoyándose nerviosa sobre el mostrador
—Exacto.
—¿Y el de la niña también— añadió Loyda desconcertada.
—Claro, imagino que sí.
—Imposible — replicó Berta.
—En este país no puede haber dos personas con el mismo nombre.
—Bueno, ¿Y qué quiere que haga? ¿Qué le pegue un tiro a mi madre?
La niña levantó la cabeza alarmada por la última frase.
—Pues la verdad facilitaría muchas cosas…—masculló Loyda mientras jugueteaba con la cadena de oro que colgaba de su cuello.
—Miren, haremos una cosa yo he traído este documento para certificar que la pude registrar— Tres volvió a alargar el documento, esta vez hacía Berta—. Ahora, lo que me gustaría saber es si ustedes tienen una copia aquí que corrobore el registro que realicé en mi localidad o si todo es un mal entendido y ese papel nunca llegó a su destino, con lo cual, sólo existiría el de mi madre.
—Haber empezado por ahí— añadió Berta pasándole el documento a Loyda y dirigiéndose de nuevo hacía su silla.
Loyda inició su búsqueda en el cajón de archivos,
—¿Cómo dices que se llama la niña?
Antes de que Tres se dispusiera a contestar Berta se avanzó.
—Zero, ha dicho que se llama Zero.
—¡Mira qué bien! No hay muchos nombres que tengan Z inicial…—mientras Loyda buscaba el documento concentrada, Tres empezó a escudriñar la sala en busca de la niña.
—¿Sabe qué le digo?—replicó Berta con retardo desde la silla.
—Que aunque mi compañera encontrara el dichoso documento este tipo de problemas no se solucionan aquí. En cualquier caso, debería pedir hora para consultar su problema en el registro de nombres, en las oficinas de enfrente vaya…
—Ellos son los que subsanan…—murmuró Loyda rebuscando en el cajón de archivos.
—¿Y no me podrían haber dicho eso al principio, cuándo he llegado?
—Claro, pero es que al principio no sabíamos cuál era su problema.
—¡Aquí está! Sólo hay un clasificador —Loyda entregó a Berta una carpeta y esta a Tres Don. Al abrir la carpeta aparecían dos documentos, cada uno de ellos, con el nombre de Zero asignado a personas distintas.
—Así que tengo razón… ¡es un error del sistema! Ambas figuran como Zero. Hay un solo clasificador, pero dos documentos idénticos para personas distintas.
—Yo creo que estamos como al principio, señor Tres —rezongó Loyda intentando estirar el clasificador de las manos de Tres.
El hombre tiró con fuerza de él y siguió leyendo.
—No, eso no es verdad, no estamos como al principio porque yo tengo razón, el sistema se ha equivocado.
—Aún si así fuera… aquí no se puede hacer nada, mire Tres, al salir le pide hora a Trudis, que es la mujer que hay en la entrada. Y yo creo que en un par de meses podrán atenderlo en el registro. Les cuenta lo mismo que ha nosotras y ya le darán una solución.
Tres se colocó el sombrero en silencio.
—Nos vamos, Zero.
La niña salió de detrás de una estantería y trotó hasta Tres.
—¿Saben qué les digo? Que no hará falta pedir hora a Trudis.
—¿Cómo que no? —Berta volvió a levantarse de su silla —Si quiere acudir al registro debe pedir hora.
—No me han entendido… no acudiré al registro—. Tres cogió el recibo del nombre y lo guardó de nuevo en su bolsillo.
—¡Pero si no acude al registro, la niña estará en un vacío legal! —exclamó Loyda intentando resaltar la gravedad del asunto.
El hombre cerró con delicadeza el clasificador de titulado “Zero” que todavía tenía asido con fuerza y colocándolo frente a la cara de Berta lo desgarró lentamente por la mitad… y luego en cuatro… y luego en seis… y así sucesivamente hasta que el clasificador quedo hecho añicos frente a la mirada incrédula de las mujeres.
—Pero se puede saber qué…
Tres cogió a la niña de la mano que ahora intentaba no pisar las juntas de las baldosas.
—¿Al final tendré nombre nuevo, Tres?
—No, nos vamos. El problema ya está solucionado y… ¿sabes? Tu nombre es la mar de bonito.
Los pasos de Tres y la niña chirriaban sobre el suelo encerado. El gran portón se cerró tras ellos retumbando en el gran Depósito de nombres.

5 comentarios en “Depósito de nombres

  1. Albert

    Gran relato. Destaca por la originalidad de la historia, la cotidianeidad de sus diálogos y, ante todo, por la crítica velada a la burocratización del mundo. Felicidades, esperamos el siguiente

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  2. Jesús García Moreno

    Pasito a pasito…nada está escrito, nada esta dicho…queda un universo por descubrir… y a pesar de los ingentes esfuerzos de los burócratas y legisladores por reglar y controlar hasta el número de respiraciones por minuto de cualquier ser, en cualquier parte, en la infalibilidad supuesta del sistema esta el germen de su fracaso. No se podría haber narrado de una forma más sencilla y humana. Gran trabajo, Marta.

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  3. Alicia

    Mira que es difícil hablar de algo tan malévolo y tedioso como la burocracia, y no sólo lograr criticarla sino además divertir al lector! Observas el mundo cotidiano a través de un prisma muy personal, da gusto ponerse tus gafas, Trudis. Hasta el balanceo de unas coletas resulta sugerente.

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  4. Clara

    Qué grande. Dan ganas de ponerse en la piel de Tres y romper los esquemas tan absurdos de la burocracia. Además el relato es divertido y sus protagonistas entrañables. Maravilloso.

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  5. Marc

    Tiene mérito lograr fantasia y originalidad a la vez que una crítica tan buena a la insensatez de la burocracia. Ha sido un placer leer este relato.

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