«La echadora de cartas»

 – ¿Llevas mucho esperando? –era Cari quien había hablado, pero antes de esperar la respuesta ya se había contestado ella misma-.  Veo que no, porque tienes el vaso casi lleno.

Se quitó el abrigo y los guantes y, antes de sentarse, colocó ambas prendas con cuidado sobre una silla vacía. Acomodada,  buscó al camarero que en ese momento ya se dirigía a la mesa.

– Whisky con agua, pero el agua me la sirvo yo –dijo Cari con autoridad y sin mirar al camarero, al tiempo que le hacía un gesto cómplice a su amiga de No vaya a ser que agüéis la copa.

Una frente a la otra y con la bebida dispuesta para aclarar las gargantas se dieron la salida para pasar las siguientes horas haciéndose confidencias. Empezaron por echar cuentas del  tiempo que había pasado desde la última vez que se vieron, para  concluir después de mucha matemática, que hacía un año y tres meses que no compartían charla y copa. Inmaculada tenía ganas de contarle una novedad, pero también quería hacerse la interesante y dejaba que fuera su amiga la que primero relatase sus noticias para ponerla al día. Claro que su novedad era más sustanciosa. Cuando Cari se enterase del secreto que ocultaba, abriría una boca que no cerraría durante el resto de la tarde. Cari le habló de sus proyectos literarios, el contrato con una editorial extranjera interesada en sus Rutas históricas, para traducirlas al francés y al inglés, lo que le supondría una inyección económica importante y el éxito que llevaba años buscando. Inmaculada escuchaba todos los éxitos de su mejor amiga sin asomo de envidia o celos, se alegraba porque si alguien se lo merecía era ella, pero se mostraba distraída, incapaz de concentrarse en la conversación, anhelante de que, por fin, llegara su turno para contar sus propias noticias.

Una hora después los dos vasos descansaban vacíos mientras los cubitos de hielo perdían su forma. Cari se volvió hacia la barra y con un simple gesto de su mano indicó al camarero que tomarían de nuevo dos whiskys. Después de encender otro cigarrillo e inhalar profundamente, dijo, mientras  el humo y las palabras salían al mismo tiempo de su boca, Bueno, ahora cuenta tú,  que estás deseándolo,

Inmaculada no pudo evitar emitir una risa nerviosa ante la inminente revelación. Esperó a que el camarero dejara sobre la mesa los dos vasos, la jarrita con el agua y una bandeja con frutos secos y cuando se alejó lo suficiente, se inclinó hacia delante y, con los codos sobre la mesa,  misteriosa comenzó a hablar:

– ¿Te acuerdas de Ignacio, el hijo del marqués?

– ¿Ignacio?, claro, aquel amigo de Fermín tan guapo y además rico, ¿no?

– Exacto, pues hace ocho meses que estamos juntos  –Inmaculada hizo una pausa para ver el efecto que sus palabras habían tenido en su amiga, y por la cara que puso al atragantarse con el humo, supo que la impresión había superado cualquier expectativa. Es más, tuvo que levantarse y palmearle la espalda para aliviar la tos, incluso el camarero se acercó, solícito e irónico, portando un vaso de agua, Es mejor que el whisky, dijo, mientras lo depositaba frente a Cari, que no paraba de toser.

De nuevo una frente a la otra, solas y con la tos calmada, Cari miraba a Inmaculada  con estupefacción.

– ¿Te has liado con el mejor amigo de tu marido? –decía, manteniendo todo el tiempo la boca abierta, cuando hablaba y cuando no- ¡Qué valor! ¿Y Fermín no está enterado de eso?

– No tiene ni idea -Inmaculada siguió mirando a su amiga a través del cristal mientras bebía-, Fermín no se entera de nada.

– ¿Tú crees? A mí me parece que tu marido es muy vivo para todo, me extraña que no lo sepa.

– No lo sabe, y te voy a contar por qué estoy tan segura  –aquí Inmaculada bajó la voz aún más apoyándose con ambos antebrazos en la mesa para acercarse hasta casi rozar a Cari–. Al morir su padre, el marqués, heredó la finca donde daban aquellas partidas de caza a las que venía el presidente del gobierno y algún famoso, ¿recuerdas?, bueno, pues nada más hacerse cargo del patrimonio del padre, nos invitó un fin de semana a varios amigos, los más íntimos, entre ellos, a nosotros -Inmaculada esperó a que su amiga terminara de encender el cigarro y diera la primera calada-. Por entonces ya llevábamos juntos unos cuantos meses, e Ignacio estaba como loco con que tenía que pasar la noche conmigo cuando Fermín se durmiera.

Cari abrió unos ojos y una boca tan grandes que Inmaculada tuvo que hacer otra pausa en la narración y contener el asombro de su amiga con un gesto de las manos.

– Déjame que termine de contártelo, después opinarás –por señas Cari le indicó que podía seguir, que no interrumpiría más–. Bueno, pues aquella noche nos bebimos casi la bodega entera del señor marqués, ya sabes cómo son cuando beben, sobre todo cuando el vino es gratis. Bien, pues Fermín estaba que se caía, con decirte que tuvieron que subirlo al dormitorio entre dos. Luego le quité la ropa y lo dejé en la cama borracho como una cuba, esperé a que todos se acostaran y cuando ya no se oía el menor ruido, me fui al dormitorio de Ignacio y estuve con él hasta el amanecer, nadie se enteró.

Cari tenía unos ojos inmensos abiertos y no dejaba de repetir, No puedo creerlo, no puedo creerlo, no puedo creerlo, mientras Inmaculada parecía sentirse satisfecha de la, al parecer, hazaña que había realizado.

– ¿Me quieres hacer creer que Fermín no sabe nada, qué saliste de vuestro dormitorio en plena noche, te ausentaste durante horas y él no se enteró?

– Te lo estoy diciendo, no sabe nada, no tiene ni idea -dijo Inmaculada zanjando el asunto, ligeramente molesta por la insistencia de la otra, que no parecía tener demasiada confianza en sus palabras.

– Vale, vale, si tú lo dices, pues mejor, más vale que no se entere, porque la traición es doble, no solo de su mujer, sino también de su mejor amigo.

Después de cuatro whiskys cada una y de tanta charla, decidieron que ya era bastante por una tarde, pagaron y salieron a la calle, ambas llevaban la misma dirección.

– Oye, ¿qué te parece si vamos a que nos echen las cartas? He oído que hay una vieja por aquí cerca, que las echa fenomenal y solo por veinte euros –dijo Cari.

– Mira que te han gustado siempre esas tonterías, si quieres yo te acompaño, pero no pienso tirar mi dinero en chorradas, ¿dónde dices que es? –concedió Inmaculada resignándose a complacer a su amiga.

– Aquí mismo, no tenemos que desviarnos.

Entraron en un portal después de pulsar el timbre del telefonillo y de que alguien, sin preguntar, les abriera. Ya en la casa, una mujer joven, de unos treinta años, las invitó a pasar a una sala con una gran mesa camilla en el centro y rodeada de sillas. Les pidió que la aguardaran unos minutos mientras despedía a otro cliente.

-¿No habías dicho que era una vieja? –preguntó Inmaculada- Si casi es como mi hijo.

– Ya, eso me habían dicho –pero a Cari no parecía preocuparle si la echadora de cartas era vieja o no, la emoción de estar en su casa era suficiente.

Enseguida apareció la mujer, que con un gesto de su mano les indicó que tomaran asiento alrededor de la mesa camilla. Llevaba consigo una cajita de cartón que contenía una baraja extraña que ninguna de las dos había visto antes. “Regula Elizabeth Fieehter” se leía sobre la tapa de la caja. La mujer se sentó frente a ellas y sin decir una sola palabra se dirigió a Inmaculada, que pensó decir Yo solo vengo para acompañar a mi amiga, pero ante la decisión de la mujer, optó por callarse y seguir las instrucciones que le fue dando.

– Baraja –ordenó la echadora al tiempo que la miraba con intensidad, lo que le hizo emitir otra risita nerviosa.

Cuando terminó de barajar dejó las cartas sobre la mesa, delante de la mujer, que las tomó y fue extendiéndolas formando una pirámide. Después fue volteándolas desde la base hasta el vértice, fila por fila, mientras iba haciendo comentarios sobre lo que, al parecer, le decían los naipes.

– No tienes que preocuparte por tu hijo, sabe lo que hace, ¿entiendes? En cuanto al dinero, tranquila, no te va a faltar, tu marido te quiere, es un buen marido, aunque a veces se pase con la bebida y eso a ti te moleste, tendrás que vigilar un poco esos dolores de cabeza, te amargarán más de una vez, pero poca cosa, por lo demás tu vida es placentera y cómoda…

Después de que todas las cartas de la pirámide estuvieron bocarriba, la echadora se calló, ahora estaba haciendo una lectura más minuciosa que parecía requerir mucha concentración.

Por fin habló y cuando lo hizo señaló con la mano el centro de la pirámide, la tercera y cuarta fila. Su atención estaba puesta en varias cartas, la primera con una pareja que se prodigaba cariños en un bote en medio de un lago. Una segunda carta en la que un hombre rubio con aspecto apesadumbrado jugaba una solitaria partida de ajedrez. Otra carta mostraba el interior de una sala, iluminada y vacía. En la última, una mujer lujosamente vestida acariciaba a un gato.

– Esta mujer eres tú, estás feliz porque te acompaña tu hombre, y ésta  es tu casa, pero en tu casa no reina la alegría, ¿ves?, tiene lujos y riqueza, pero está vacía, no es un hogar feliz, y este hombre rubio que aparece tan triste está ligado a ti por un vínculo muy fuerte… ah, ya veo, aquí hay una alianza, es tu marido, entonces el hombre moreno y apuesto que está en la barca contigo no es tu marido, humm, ¿qué veo?, ¿un amante, quizás?, bien, sí, eso debe de ser, porque luego apareces aquí, en tu casa, rodeada de lujos, pero fíjate, aunque pareces feliz no lo eres, porque tienes que salir fuera para encontrar la felicidad, y mira, ¿ves al hombre rubio?, su carta te está mirando directamente a ti y a tu amante, tu marido os mira a los dos, ¿ves?, no hay ninguna duda, sabe que tienes un amante, os mira porque lo sabe, por eso aparece tan triste… y  su sufrimiento no es solo por tu engaño, hay algo más… humm ya veo, él conoce al otro hombre, es probable que lo conociera incluso antes que a ti, de ahí viene tanto dolor, sí, mira, ¿ves esta otra carta entre los dos hombres?, hay una cuerda llena de nudos y simboliza la amistad, eso quiere decir que ellos son amigos, y mira, al final de la tirada aparece otra carta que es el futuro ya, esta mujer tendida en un diván y rodeada de animales eres tú, dentro de un tiempo pero no mucho, y estás sola, no solamente tu alma, como ahora, sino en tu vida.

El resto del tiempo que estuvieron allí transcurrió como en medio de una espesa niebla. Después, cuando Inmaculada pensó en la velada, fue incapaz de recordar qué más había dicho la mujer.

Las dos amigas salieron del edificio en silencio y en silencio pasearon por la calle hasta que sus respectivos caminos las separaron.

Inmaculada caminó deprisa hasta su casa, estaba ansiosa por llegar, las palabras de la mujer le habían causado intranquilidad y los minutos que tardó en llegar le parecieron eternos.

Al entrar en casa, el silencio fue lo primero que llamó su atención. Fermín siempre tenía la televisión encendida cuando estaba en casa, ahora lo estaba, y en cambio no se oía  nada. Lo segundo que encontró diferente fue que, al contrario que otras noches, solo se veía la luz procedente de la sala, no las de toda la casa. Recorrió los metros del pasillo en busca de la única luz y al llegar al umbral de la habitación se paró en seco.

Fermín, de pie, en medio de la sala, tranquilo, se volvió hacia su mujer y con toda la naturalidad del mundo le dijo:

– Te esperaba para despedirme, ahora me llevo lo imprescindible, mandaré a por el resto más adelante.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *